Di Baba
Textos, por Helena Pripscate
El escupitajo informe de algún dios no determinado había por fin llegado al suelo. Mientras duró en el aire hizo alardes de las fuerzas centrípetas que dictaban su pegajoso centro, girando a un ritmo que parecía detenido comparado al trayecto que recorría en cada vuelta. No era un escupitajo profesional, y se notaba. No portaba el candor de aquellas aglomeraciones cuasi esféricas que formaban los labios de alguien acostumbrado al vil acto de expulsar un mazacote de baba, o de algún expresivo portador de un hueco en el frontis dental que permitiera dar forma a esos sobrantes de tanta glándula excitada. El generador no podía ser un dios omnipotente, perfecto. No, más bien denotaba un dios menor, cándido, aprendiz. Pensar que de ese pastoso líquido surgiría vida era un acto de fe no menospreciable: tirado allí, a la intemperie, susceptible a un pisotón o a dispersarse con una lluvia exageradamente repentina. Sin embargo había una probabilidad, y el dios menor lo sabía. De ese potingue fétido podía surgir la creación. Dos o tres millones de bacterias y otros organismos unicelulares podrían devenir luego de generaciones y generaciones en una sociedad que presumiría de ser organizada, aunque carente en realidad de algún atisbo de inteligencia colectiva, más con algunos rasgos de inteligencia individual, siempre mal aprovechada. Entre tantos organismos habría un profeta, un iluminado que comprendería que el origen de toda aquella magnificencia viviente no podía ser sino resultado de la creación por parte de algún ser superior. Y se distinguiría a si mismo como el hijo predilecto de aquel dios mínimo. Un dios insignificante entre cuyos dudosos méritos se encontraba esa apestosa costumbre de escupir aquella baba maloliente, creadora de vida, de esta vida.
Deje su comentario:
No hay comentarios aún.