La educación no se compra ni se vende
Política, por Javier Trenti
Tengo algunos amigos comerciantes. En general están de buen humor, a veces preocupados por la falta de alguna mercancía o el incremento de los precios. Algunos compran directamente a fábrica, otros compran a distribuidores, por supuesto a cambio de dinero: efectivo, cheques, a treinta o sesenta días. Los artículos que compran llegan en un camión, son descargados y puestos a la venta.
Entonces ocurre la magia del intercambio comercial: venden un producto y reciben dinero a cambio. Al vender ese producto este queda en manos del nuevo comprador. Es decir, un fabricante compra insumos, y mediante la intervención humana y de máquinas transforma esos insumos en un producto que vende a un intermediario comercial que luego lo entregará al usuario final a cambio de dinero. Este circuito tiene una característica esencial, el producto pasa de mano en mano, pero una vez que fue entregado, el que antes disponía de él ya no lo tiene. En su lugar, obtuvo otro bien intercambiable: dinero, plata, guita, biyuya. Aquellos y estos se denominan bienes de cambio. Se comercializan y en ese proceso pasan de mano en mano.
La educación, por su parte, tiene un distintivo fundamental: ¡No es un bien de cambio!.
Uno no puede comprar educación con el mero intercambio de dinero. Debe existir una predisposición volitiva por parte de quien pretende adquirir conocimientos acerca de cualquier temática disponible. Por supuesto requerirá de esfuerzo: lecturas, resúmenes, tomas de apuntes, prácticas y evaluaciones.
A su vez, aquel que tiene la particularidad de poseer algún conocimiento (siempre imperfecto, porque esa es una característica del método científico que lo genera), y pierde el temor a pararse frente a otras personas que quieren escucharlo, no vende lo que sabe. Y esto también forma parte de la característica fundamental de la educación antes mencionada. Quién entrega su conocimiento a un grupo de personas no lo pierde. De hecho, el propio acto de tener que seleccionar temas y niveles de profundidad de los mismos, preparar clases y apuntes, elegir ejercicios, provoca una mejor comprensión por parte de aquel que ofrece parte de lo que conoce. Es decir, ¡enseñando se aprende más!.
La educación, así, no es comercializable. No es un producto que pasa de mente en mente sin quedarse allí por donde estuvo provocando nuevas preguntas y quizá alguna que otra respuesta interesante.
No debemos confundir la educación con una silla o una horma de queso. La educación es nuestra mejor oportunidad de ser mejores personas, quizás ayudar a ser mejores a los demás y de entender que la competencia más “productiva” es contra uno mismo.
La educación suma, multiplica, nunca resta o divide. Como verán, involucra positiva o negativamente aquellas operaciones básicas que algún docente nos enseñó alguna vez. Pero sepan que entre las operaciones que uno puede asociar a la educación, hay dos que no conjugan con su espíritu: ¡No se compra, ni se vende!
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