Elecciones y proyecto de vida

Opinión, por Darío Marccia

Sospecho que hay algo que no tuvieron en cuenta los candidatos que lo enfrentaron, y que creo influyó mucho en el resultado por el cual Milei hoy es presidente. 

Durante años el estado se mostró paternalista, debido a que los gobiernos que se hicieron cargo de su administración, ante la falta de ideas sobre cuál sería el destino propuesto para el país (propuesta real, no retórica), prefirieron mantener cautivos a sus habitantes provocando que cada logro o fracaso estuviera fuertemente influenciado por medidas de contención o limitación que partían del propio sistema de gobierno: los logros eran becas, planes sociales, contratos transitorios (eternamente transitorios) con trabajadores en dependencias estatales, contratos leoninos con empresas “amigas del poder de turno” (método clásico para la “retención de comisiones”, por no decir obra pública como insumo principal para la obtención de coimas), pauta publicitaria. Mientras por el lado del fracaso se reprimió la iniciativa privada mediante impuestos y regulaciones nacionales, provinciales y municipales exageradas, excesivas, inútiles, difíciles de controlar (y de paso segundo insumo para la obtención de coimas).

En el devenir de la decadencia política, en definitiva los habitantes fueron forzados a naturalizar que el estado era quien decidía qué se puede hacer y que no se puede hacer.

Pero el estado no es eso. El estado es el que debe equilibrar las fuerzas de una nación, no destruirlas. Tras la retórica del “estado presente” se escondía la realidad del “estado bobo”.

Una consideración especial se debe tener en cuenta a la hora de describir la crueldad que significa la existencia de contratos transitorios en el estado. Todos sabemos que estos contratos son espurios, generalmente para cubrir la inutilidad en la generación de condiciones propicias para la creación de trabajo genuino. Se transforman en la herramienta de dirigentes de todo color político para cubrir su propia ineficacia. La manera más sencilla es convertir al mismo estado en ineficaz (ni siquiera ineficiente, que por lo menos permitiría que el estado cumpla con su verdadero rol aunque fuera a un costo altísimo). Detrás de la ineficacia del estado bobo se encuentra una imperdonable crueldad: el trabajo en negro que representa un contrato transitorio en alguna dependencia del estado, no es más que una forma de perversidad en la que, el mismo estado que debe combatir el empleo informal y la explotación laboral, fomenta esas actitudes con su ejemplo.

Al margen de la curiosidad que representa que gobiernos que se tildaron de “progresistas” impongan actitudes rayanas en la “corrección política”, (v.gr.: qué se puede decir y qué se puede pensar establecido en normas y posiciones opresivas por parte de ese estado, su adoctrinada militancia y unas bases populares puras, bienintencionadas pero pérfidamente engañadas aprovechando los sesgos cognitivos), fue durante el mismo transcurso de estos gobiernos que se falsificaron las estadísticas. Justamente la herramienta más progresista, de verdad, para observar, analizar e inferir posibles soluciones, que median la actividad política en pos del fin último e irrenunciable que debe regir cualquier programa de gobierno: mejorar la vida al pueblo de la nación. 

Paradójicamente la palabra estadística deriva del italiano statista que significa “estadista u hombre de estado”. Realmente lo primero que debería preocupar a un estadista es contar con información fidedigna para la toma de decisiones. Entonces, cuando la preocupación transmuta en falsear las estadísticas en lugar de mejorarlas, lejos se puede estar de la definición de estadista. La retórica puede reemplazar a la realidad durante un corto plazo, pero tarde o temprano esta última se impone, generalmente de modo explosivo, por la presión de la verdad oculta. Y sus principales víctimas indefectiblemente son aquellos a quienes la retórica del falso estadista decía defender. 

Y en ese momento, cuando la demagogia ya usó todas sus armas y terminó por destruir el castillo de arena cimentado en ficciones, es que aparecen los falsos profetas.


Los habitantes de este país fueron sometidos, sin quererlo, incluso defendiendo ese sometimiento de un pá-má estado que se ocuparía de cuidarnos. No comprendiendo que detrás de ese relato sólo se ocultaba el interés personal de aumentar patrimonios político-dirigenciales sin descaro.

Entonces vino un tipo con una motosierra en la mano, despotricando contra la “casta”, y diciendo que “el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”. Rescató el concepto olvidado en las capas más humildes de "proyecto de vida", algo perdido en un rincón saturado por las telarañas que tejió el estado bobo. Como si los políticos, justamente ellos, no fueran conscientes de que la única forma de cambiar la realidad de un pueblo es justamente mediante la política. Pero esa actividad requiere seriedad y responsabilidad en las decisiones que se toman. La política necesita actores comprometidos con sus representados, no con sus propios bolsillos. Quien entiende que la política es una oportunidad de volverse rico debería tener vedada la posibilidad de ejercerla. Y como el voto parece no tomar demasiado en cuenta si un candidato no puede justificar lo que tiene, sino que el mundo feliz propuesto por Huxley, bombardeado de información, real y falsa, de likes y reposteos y virtualidad... parece prevalecer a la hora de poner el voto en un sobre; debería ser la justicia quien separe la paja del trigo. Sin embargo, los jueces son elegidos con acuerdo de la política, así que parecen responder más a sus mentores que al noble espíritu que los convoca.

Creo que fue aquella frase, "el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo" la que mayor incidencia tuvo en los votantes. Tanto así que aún cuando supieran que detrás de esa frase se encontraran con un personaje intolerante, irrespetuoso, ofensivo, contradictorio, pero sobre todo con ideas individualistas que imponen la noción de supervivencia del más apto, de origen instintivo animal por sobre la racionalidad del ser humano, gaucha, solidaria, comprensiva. Ideas individualistas que destruyen la verdadera virtud del hecho colectivo (no su utilización retórica y maniquea). En cualquier caso, traer a la palestra la idea de un "proyecto de vida" es una estrategia muy poderosa, aún cuando sepamos que la parte del "respeto irrestricto" y "el prójimo" no sea cierta: la competencia sin regulaciones es la que permite el dumping, la compra de empresas competidoras, el monopolio y toda clase de prácticas tendientes a aplastar al contrincante.

El individualismo está muy lejos de la idiosincracia argentina, la que nos identifica como nación con nuestros abrazos anónimos, juntadas, solidaridad y pasión. Sólo nos queda descubrir la forma de maridar esos ingredientes con un poco más de sentido común y no nos parará nadie… ni este falso profeta, ni la vieja dirigencia inoperante que lo hizo surgir.  


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